“La “tortura” que hirió gravemente a Chile
décadas atrás, con las violaciones a los derechos humanos e hirió la dignidad y
el alma de Chile, podemos decir que hoy sigue presente entre nosotros, aún
cuando tenga rostros, estilos y estrategias diferentes. Pero es una tortura
igualmente ofensiva, inhumana e inmoral, porque hiere gravemente y margina a
amplios sectores sociales y desespera a tantos hermanos y hermanas que buscan
su dignidad y sus derechos.
Yo la llamaría la “Tortura del Poder”: un
poder económico, un poder político y un poder judicial que crea excluidos y
marginados de la dignidad y de los bienes que Dios ha creado para todos.
La tortura del poder económico, que se cree dueño de los
bienes de la tierra. Sobre todo de bienes indispensables para la vida (no solo
humana) como el agua, los alimentos y la energía.
La tortura del poder político, que busca
descarnadamente permanecer en el poder para que prevalezcan sus ideales, sin
preocuparse de lo que opinen y sientan las personas, marcando cada vez más una
distancia entre la mayoría de los políticos y su pueblo.
La tortura del poder judicial, que
interpreta las leyes siempre en bene‑cio de los poderes económicos y políticos.
Entonces, la persistencia de estos poderes llega a ser una real tortura para la
dignidad y los derechos de las personas.
Los
derechos a la libertad y a la igualdad, los derechos a la solidaridad y a la
participación, en una palabra, los derechos a la paz, son un proceso histórico
que marca generaciones de derechos que van ayudándonos a tomar conciencia cada
vez más que la dignidad de la persona no es violada sólo al ser torturada o al
ser asesinada físicamente, sino que
también es violentada paulatina y persistentemente, a través de hechos que le
quitan valor y dignidad a sus búsquedas, a sus ideales, a sus sueños, a sus
proyectos.
Ciertamente el virus de la tortura surge
del orgullo de sentirse unos superiores a otros. Surge del egoísmo del tener unos
más que otros. Surge del creerse y sentirse como dioses, dueños y señores de la
vida y de los bienes que Dios, dueño de la vida, ha regalado para todos.
Es
la tortura de la exclusión, que experimentamos en tantas expresiones políticas:
lo vemos en la Constitución misma del Estado, en el binominal, en tantas
expresiones donde unos quisieran ser dueños de los demás, excluyéndolos.
Tortura de la exclusión, que la vemos en
tantas expresiones sociales: cuando la ciudadanía, efectivamente, no tiene acceso
a las decisiones relevantes del país, ni siquiera hay posibilidades de
plebiscitos vinculantes; cuando se desalienta
a las organizaciones sindicales; cuando
el derecho a la vivienda, a la educación, a la salud, al trabajo son más
un privilegio para algunos que un derecho esencial para todos.
Tortura de la exclusión, que la vemos
expresada en realidades étnicas: por ejemplo en grupos sociales como los hermanos
Mapuches o los migrantes, sobre todo latinoamericanos, que también son bastante
excluidos de la mesa común de nuestra Patria.
Tortura de la exclusión, que la vemos
incluso a nivel territorial: con un centralismo político exagerado, sin
considerar la diversidad y las distintas necesidades de las varias regiones o
sectores del país. Tortura de la exclusión, que la vemos especialmente en los
bienes: como insistimos permanentemente, a través de la privatización y
especialmente de la mercantilización de los bienes comunes, esenciales para la
vida y la dignidad de la persona, como el agua, los bosques, los mares, los
minerales, la energía, las
comunicaciones, los bancos, …
Son derechos que exigen dignidad: de la
persona, de las comunidades, de las culturas, de los pueblos miembros ya de una
sola humanidad, que vivimos como una sola familia, en una casa común que es
nuestro planeta, que percibimos y experimentamos cada vez más enfermo,
deteriorado, depredado, cada vez más invivible y que deja profundas interrogantes
para la “vivibilidad”, especialmente de las futuras generaciones.
La violación de estos derechos son ya una
violencia grande, una tortura, que cuestiona y desafía nuestra ética, nuestra espiritualidad,
nuestra fe, y va incubando un potencial de indignación y de mayor
violencia entre sectores sociales y entre
pueblos.
… Siento que es un desafío urgente y
exigente ayudar a nuestro pueblo a tomar conciencia de su dignidad y de sus derechos,
porque la convulsionada sociedad en que vivimos quisiera llevarnos por otros
caminos, y es justamente esta tortura del poder que hablábamos antes, la que se
siente más molesta e indignada cuando el propio pueblo empieza a tomar
conciencia de sus derechos y empieza a exigirlos, porque con ello hace
tambalear este poder excluyente, hasta derrumbarlo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario