La relaciones de género en la cultura chilena
Lunes 02 de Abril de 2012 14:53
«Dime con quien andas y te diré quién eres», dice al antiguo refrán que, por cierto, contiene mucha verdad. De hecho, el círculo social de cada persona constituye «un pequeño universo» que refleja cómo es cada cual. En general las culturas dan cuenta de sí mismas según cómo interactúan sus habitantes entre sí; según se relacionan entre clases sociales, ideologías, géneros, hombre-mujer, homosexuales, bisexuales y las diversas variantes que existen hoy en la realidad humana.
En Chile no cuesta mucho sacar conclusiones al respecto, con una sociedad bastante conservadora, marcada por el concepto de familia heredada de la tradición judeocristiana, dejando poco espacio para otras alternativas. Ya existen dificultades para las personas solteras, cuya opción de vida aún no es comprendida. Menos para el caso de homosexuales y lesbianas, que son tratados como enfermos, víctimas –a veces fatales− de una homofobia muy presente en nuestro país. Aquí sólo se acepta a la mujer y hombre casados, ojalá con hijos(as). Matrimonios sin hijos(as) son considerados con reticencia y si se adoptan se les reconoce, aunque no igual que a las familias de sangre, biológicamente constituidas.
Dentro de los estereotipos que tenemos, hay un consenso en que Chile es un “país machista”, pero pocos reconocen −a nivel consciente− que paralelamente existe un poderoso “matriarcado oculto”. Por de pronto, resulta que en los espacios públicos el poder está en “manos de hombres” y, en los espacios privados −especialmente familiares−, en “faldas de mujeres”. Efectivamente, más allá de los muros del hogar, la mayoría de los jefes, líderes y empresarios son hombres, en cambio dentro del hogar es la mujer la “dueña de casa”. Esta división de poderes se puede observar a nivel de país pues, si se recorren las ciudades chilenas, en las plazas predominan estatuas de hombres y en las calles nombres masculinos, reflejando una cultura oficial donde la mujer está ausente. Pero en la religiosidad popular es la Virgen María la que destaca en los ritos y fiestas, luciendo en muchas cumbres de cerros de nuestro territorio, como la Virgen del Carmen en el cerro San Cristóbal, en pleno centro de Santiago. Sin duda que esta característica es netamente cultural y tiene raíces profundas, que se remontan al tiempo de la colonia: la invasión masculina explícita; la madre tierra −Pachamama− oculta y sumisa. De hecho, como estrategia de poblamiento, en los primeros tiempos los españoles llegaban a tener más de 100 hijos, lo cual hacía imposible asumir una paternidad responsable, presente en el hogar. Muchas veces incluso se trataba de violaciones y, en la práctica, las mujeres −como verdaderas madres solteras− criaban solas a sus hijos. Así, las niñas y niños se acostumbraron a crecer con una gran presencia maternal pero una total ausencia paternal, realidad que generó un profundo desequilibrio en la educación y, por ende, en la cultura familiar y social. Según este patrón, tanto el machismo como el matriarcado los educaba la madre.
De allí en adelante –con mucha madre y poco padre− los desbalances fueron creciendo y la relación de género se distorsionó cada vez más. Sin la presencia paterna, no había forma de tener una educación equilibrada que permitiera desarrollar el «ser hombre», y el niño se quedaba estancado, no pudiendo madurar emocionalmente. Entonces, como solución de parche, apelando a la biología masculina, surgía el “macho fuerte” que permitía suplir las falencias del “poco hombre”. Con ello, los espacios públicos se poblaron de machos y los familiares de hijos(as) y madres (sin otra opción para el «ser mujer»).
He aquí una de las encrucijadas de vivir en Chile, toda vez que acá cuesta mucho «ser hombre» y también «ser mujer». Aquí, por circunstancias históricas –producto de la “Cultura Occidental Masculina” y del eurocentrismo−, se impuso la inteligencia racional, sin dejar espacio para la inteligencia emocional. Se impuso el autoritarismo, con voz ronca y potente, a falta de argumentos de una autoridad genuina. Por ello, la razón y la fuerza se institucionalizaron en nuestra cultura oficial, quedando muy bien estampadas en el lema del escudo nacional: “por la razón o la fuerza”. Más, en el fondo quedó instituido el hijo huacho que nunca pudo ser hombre y la mujer ausente que, encerrada en su casa, sólo pudo ser madre.
Y con esta matriz sociocultural Chile vivió por lo menos durante 450 años. Los poderes quedaron divididos en una sociedad polarizada, con hombres y mujeres ausentes, sin encontrar códigos comunes para comunicarse, comprenderse y acompañarse. En ambos casos prevaleció la soledad. El hombre se aseguró su poder en los espacios públicos, a cambio de someterse al poder femenino en los espacios familiares e íntimos. Y la mujer, replegada en la casa y en ausencia del referente paternal, desarrolló una educación basada en la precoz maternalización de sus hijas y permanente infantilización de sus hijos, para mantener su poder de madre hasta el final, autojustificándose y perpetuando el modelo matricial. Y así operó el doble estándar en la relación de género en Chile: como «un machismo aparente y un matriarcado oculto» o, hilando más fino, como una «sociedad de hombres-hijos y mujeres-madres».
Mas, esto sin duda que es causa de muchos problemas matrimoniales, de convivencia entre géneros, de justicia y desequilibrio, de conflictos sociales, políticos y económicos en general. El doble filo se presta para generar diversos vicios y abusos, toda vez que fácilmente se recurre a la mentira, a diferentes tipos de manipulaciones y/o chantajes emocionales, para poder mantener el balance en las relaciones. Y en cuanto a la vida sexual, como la relación “madre-hijo” entre esposos no se presta para licencias, muchas veces ambos necesitan recurrir a amantes externos para poder calmar sus apetitos y deseos insatisfechos.
No obstante, a partir de la década de 1990 −30 años después de la revolución del “amor libre” que promovió el hippismo−, vino el destape sexual en Chile. Las nuevas generaciones se cansaron de tanto doble estándar e hipocresía y lo dejaron de manifiesto, por ejemplo, al empezar a besarse en las calles, derrumbando los muros que separaban lo público de lo privado. Fue claramente una forma de protestar. Y en el intertanto, la liberación femenina también terminó por instalarse en el país, aunque con la misma confusión de otros países en cuanto a una mujer que, en vez de liberarse como tal, se masculinizó para competir con el hombre. Y vinieron más crisis, incluyendo la propia crisis familiar. De hecho llegaron a existir las “nanas reales” y las “madres virtuales”, generando “familias virtuales”. La mujer, ansiosa y desesperada por salir a los espacios públicos −para saldar deudas históricas que tenía con ella misma− se fue al otro extremo y olvidó su «ser madre». Muchas hijas e hijos quedaron abandonados, huérfanos de madres y padres, aunque las elites podían financiar a las “nanas reales”. Entonces surgieron soluciones de sustituto, para combatir el abandono y la soledad, como fue Internet y las redes sociales virtuales. De paso, la farándula, las teleseries y los reality shows sirvieron de compañía, aunque sólo aparente.
Claro está que las crisis son normales; son parte de los ciclos que tiene que cumplir la vida para dar a luz una nueva etapa. Y si en la naturaleza la vida es mixta, quizás el camino es avanzar hacia una «cultura mixta». Tanto el hombre como la mujer somos necesarios y complementarios. Tanto lo femenino como lo masculino son parte del ser humano. Sólo desarrollando ambas componentes podremos generar códigos mixtos que nos permita comunicarnos, comprendernos, apoyarnos y acompañarnos mejor en este mundo. En dos palabras: «querernos mejor». Lo propio tenemos que avanzar en cuanto a superar todo tipo de homofobias y discriminaciones, para poder lograr una mejor convivencia, democracia y paz social. En el último tiempo mucho se ha hablado de una «nueva era», la cual de seguro vendrá asociada a una «cultura mixta», donde el hombre aprenda a ser más hombre y la mujer más mujer, ayudándonos recíprocamente, compartiendo ambos los espacios públicos y familiares. De hecho ya hay hombres y mujeres que lo hacen. Ya se puede ser hombre y padre y mujer y madre a la vez. Claramente la sociedad avanza hacia una «cultura mixta». Ese es el camino de solución para llegar a un mejor equilibrio y armonía con nuestra vida y, por ende, con la naturaleza y el medio ambiente en general. Y siguiendo este rumbo, tarde o temprano en Chile aprenderemos a decir: «Por la razón o la fuerza de las emociones».
Gabriel Matthey Correa
EDUCACIÓN DE ADULTOS 2012 Jose Leandro Flores G. 1 Dar prioridad a los METODOS DE APRENDIZAJE más que a la instrucción y repetición. 2 Valorar llevar a la práctica, a la vida, lo que aprendemos. 3 Desarrollar nuestra sensibilidad humana y social, y nuestra capacidad solidaria. HAGAMOS DE ESTE TIEMPO UNA OPORTUNIDAD QUE CAMBIE NUESTRA VIDA. jlfjlf6@gmail.com http://2011eda.blogspot.com/ http://2011iciclo.blogspot.com/ http://healing-bioenergia.blogspot.com http://oracionydialogo.blogspot.com/
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